LA CANDELARIA (Bogotá)



RESEÑA HISTÓRICA

Gran parte de la historia política de Bogotá se desarrolló en las calles angostas y empedradas del barrio La Candelaria. Hoy todavía permanecen intactas y por eso se constituye en el principal Centro Histórico de Colombia.
Personajes ilustres como Miguel Antonio Caro, Rafael Pombo, Antonio Nariño y José Asunción Silva tuvieron su cuna en La Candelaria y hechos importantes de la historia colombiana se desarrollaron en las calles de esta localidad como el 20 de julio de 1.810.
Durante el recorrido, por el histórico barrio de la Candelaria, el visitante podrá recrearse recorriendo las calles más antiguas de la ciudad y rodearse de una arquitectura bien conservada, colmada de historia, anécdotas y tradiciones muchas de las cuales se mantienen aún vigentes.


Veamos algunos apartes de su historia.....

El 6 de abril de 1536 salió de Santa Marta una expedición a las órdenes del capitán Gonzalo Jiménez de Quesada. Estaba compuesta por setecientos hombres que iban por tierra con 80 caballos y 200 soldados que avanzaban por barco. La determinación había emanado del gobernador Pedro Fernández de Lugo. La razón: el hambre y el hacinamiento que padecía la tropa sitiada por los indios tayronas y bondas. La meta: el Perú, del cual llegaban por intermedio de Panamá noticias fabulosas sobre sus tesoros y sus tierras fértiles. Los relatos sobre sus penalidades son aterradores. El hambre, las fieras, el calor, la humedad, los mosquitos y en particular los nativos redujeron aquel ejército que partió de Santa Marta a 166 hombres y 60 caballos.

A orillas del río Magdalena, Quesada tuvo noticias del país de los indios muiscas o chibchas, en la cumbre de la cordillera, sobre un altiplano donde abundaban, según los relatos, las esmeraldas, la sal y maravillosas tierras de labranza.

 El conquistador llegó al reino de los chibchas por la región de Vélez, avanzó hacia los territorios del zipa, que gobernaba en Bacatá, una de las cinco partes de la confederación del país muisca. Las otras cuatro áreas eran Bunza (Tunja),Iraca (Sogamoso), Tundama y Guanentá. Quesada se tomó a Bacatá, la ciudad del zipa y en ella estableció su ejército en el palacio del monarca, situado en la zona que el conquistador llamó el Valle de los Alcázares.

 FUNDACIÓN

Debemos tener en cuenta que la Fundación de Santafé, se dio con el  nacimiento del Barrio  de la candelaria, puesto que es cuna de la misma.

La corona española había impuesto un tipo oficial de ciudad para ser adaptado por todo conquistador que se embarcara en la empresa de fundación en tierra firme. Al pasar por la isla La Española, cada capitán recibía un modelo o croquis para la creación de poblados. Era la célebre cuadrícula que don Nicolás de Ovando había implantado junto con unas instrucciones y que sostenía unos pocos y prácticos puntos sobre las características de las ciudades. Debían crecer alrededor de la Plaza Mayor donde confluían la iglesia, la casa de gobierno, el cabildo y las residencias de los notables. La expansión se producía por el sistema de construcción de manzanas cuadradas y de allí provenía el nombre de La Cuadrícula.
Quesada, en sus viajes hacia tierra firme, no tocó en La Española y por tanto no conoció las instrucciones oficiales. De manera que los requisitos urbanísticos establecidos por la corona no eran rigurosamente guardados por él. La fundación se efectuó en Teusaquillo, lugar de descanso
del zipa, en la plazoleta que hoy conocemos como del Chorro de Quevedo, en el cruce de la calle 13 con carrera 2. Las doce chozas de paja y la modesta iglesita que inauguraron la pequeña villa quedaron en el sector que se llamó Pueblo Viejo y que “hoy corresponde al tradicional barrio La Candelaria”.

La fecha de la fundación ha sido motivo de polémica. Quedó como la aceptada Históricamente el 6 de agosto de 1538, que en realidad fue el día en que el capitán español tomó posesión del territorio en nombre del rey de España

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DATOS BÁSICOS

NÚMERO DE HABITANTES
La población de la localidad para 1973 era de 835.047 habitantes; en 1985 era de 30.948, y en1993, de 27.450.

EXTENSIÓN
La Candelaria tiene una extensión de 181,2 hectáreas, que constituyen 0,21 % del área total de Bogotá. Respecto a las demás localidades, Ocupa el puesto 20 en extensión territorial.
LÍMITES
Partiendo de la intersección del eje de la carrera 10 con la Avenida Jiménez y siguiendo por esta en la dirección noroeste hasta encontrar la calle 22; de allí se continúa en la dirección sureste por la calle 22 hasta encontrar el Paseo Bolívar, y por el paseo y su prolongación hasta la carrera 4 este, en dirección sur, hasta interceptar la calle 4; partiendo del punto anterior en dirección oeste hasta interceptar la carrera 10, continuando de aquí en dirección norte hasta la Avenida Jiménez, punto de partida.

HIDROGRAFÍA
Por La Candelaria pasa un tramo del río San Francisco, que nace en el Páramo de Choachí y lo surten las quebradas de San Bruno y guadalupe. Estuvo canalizado hasta diciembre del año 2000. Actualmente hay un espejo de agua como eje ambiental sobre la Avenida Jiménez hasta la carrera 10, también tiene un tramo del río San Agustín, que nace en los cerros de Guadalupey  La Peña.

CLIMA
Precipitación media anual de 1.050 mm; temperatura de 14 oC a 19 oC;  velocidad del viento de 20 a 30 km por hora; uso urbano del suelo




RELIEVE
La localidad ocupa una porción del piedemonte de los cerros de Guadalupe y Monserrate, en el contacto entre estos y el llano fluviolacustre de la sabana de Bogotá. Teniendo en cuenta la litología, topografía, formaciones superficiales, suelos y procesos geomorfológicos, se identifican cuatro unidades: una de superficie plana suavemente inclinada de oriente a occidente.
Su superficie se encuentra totalmente ocupada por construcciones y vías de estructura en general estable. Una con pendientes entre 4o y 28o grados, cubierta en un 90% por infraestructura urbana. Otra con pendientes entre 4o y 28o grados en el extremo nororiental de la localidad.
Está ocupada también por construcciones e infraestructura urbana estable. Y la última, con pendientes mayores de 12o grados, que hace parte de la cuenca del río San Francisco y se ubica topográficamente encima de las unidades anteriores.

HISTORIA
La fundación se efectuó en el lugar de descanso del Zipa en una parte de la plazuela que hoy se conoce como el Chorro de Quevedo, en el cruce de la calle 13 con carrera 2a. Las primeras viviendas ubicadas en aquella villa, se erigieron alrededor en el tradicional barrio La Candelaria.
 En 1539, reunidos Belalcázar, Federmán y Jiménez de Quesada, aclaran la supremacía de su fundador sobre la tierra conquistada, quienes convinieron formalizar la fundación de la ciudad, en el Nuevo Reino. Después de este momento inicial el decurso de la ciudad sería muy agitado.

Políticamente será sede de la Real Audiencia, capital de gobernación, de virreinato y de república. Todo esto acontecía en el sector de La Candelaria.
En un esquemático panorama del desarrollo urbano, podríamos decir que nace en el desordenado planteamiento del capitán Quesada, un tanto al margen de La Cuadrícula establecida por Ovando. La organización de los tybines o residencias indígenas influyó mucho en la distribución de la tierra de encomenderos que rodeaba la ciudad.

La importancia de los habitantes estaba directamente relacionada con su proximidad a la Plaza Mayor. Las primeras modificaciones urbanísticas se producen en 1541, con la aplicación de las técnicas europeas de construcción traídas por Gregorio López. La primera casa de tapia pisada la mandó hacer Antón de Olaya, quien será con el paso del tiempo el hombre más rico del Nuevo Reino. Un tercer avance se produce con la implantación del techo de teja por parte de Pedro Colmenares. En 1570 se prohibió la construcción de casas de paja en la Calle Principal.

El pequeño villorrio que es Santafé tiene cabildantes, dos alcaldes, Alférez Real, 15 regidores, un provincial de Santa Cruzada, el depositario general, procurador, director de impuestos, tesorero, etc. De acuerdo con los datos censales de Juan López de Velasco, correspondientes a 1572, la ciudad tenía 600 vecinos españoles más 65 encomenderos.

LA CANDELARIA DEL SIGLO XX
En la conformación oficial de comienzos del siglo XX, se llamaba La Candelaria únicamente al sector vecino al convento que lleva ese nombre; hacía los años cincuenta es ya conocida como barrio. Se consolida como Centro Histórico, mediante la Ley 59 de 1963. A través del Acuerdo 8 de 1977, se conforma como Alcaldía Menor, correspondiéndole como nomenclatura el número 17.
Posteriormente, la Constitución de 1991 le da a Bogotá el carácter de Distrito Capital y la Ley de 1992 reglamenta su división por localidades, formalizándose en el Decreto 1421 de 1983. Al hablar de la Localidad de La Candelaria se tiene que hablar del Centro Histórico de la ciudad, ya que es una de sus principales riquezas. Fue hacia 1960 cuando se empezó a hablar de La
Candelaria con cierto interés por su valor histórico. Tres años después, con la Ley 59, se declaró el centro de Bogotá como monumento nacional. Se utilizó el nombre de La Candelaria tomado de la Iglesia de La Candelaria, como sinónimo del Centro Histórico y se inició un proceso de revaloración, por parte de personas interesadas en habitarlo.

El sector fue escogido por artistas como lugar de residencia; igualmente se formaron organizaciones particulares para fines culturales y se estableció la imagen de cierta bohemia cultural, la cual subsiste hoy en día. Parte de este proceso contempló la restauración de viejas casonas como residencias permanentes de personas adineradas; también se estableció la modalidad de subdivisión de grandes casas en apartamentos pequeños, adecuados a las necesidades de la población joven y de los artistas y teatreros.

En 1980, se creó la Corporación La Candelaria, entidad encargada de velar por la protección y la conservación de los lugares históricos. Por iniciativa del Banco Central Hipotecario, se realizó el proyecto de renovación urbana del antiguo barrio de Santa Bárbara, después de demoler viejas casas, se proyectó el conjunto de apartamentos que lleva el nombre de Nueva Santa Fé de Bogotá; en una esquina de este conjunto se construyó la sede del Archivo Histórico de la Nación, localizado en la calle 7 con carrera 6. En 1992 se aprobó el Decreto 326 de la Alcaldía Mayor, mediante el cual se reglamentó el Centro Histórico de Bogotá.

TRADICIÓN ORAL

A continuación se presenta una selección de relatos, experiencias, mitos, leyendas y tradiciones populares recopiladas con habitantes, visitantes, y trabajadores, y que nos hablan de la cultura, pasado, tradiciones y nos  dan un acercamiento a  la cultura, pasado e identidad de la  localidad. 

Si las casas de la Candelaria hablaran nos contarían tantas cosas…

Hablarían de virreyes, que aún recorren las antiguas casas coloniales; de sombras misteriosas, cuyos pasos atraviesan la soledad de la noche. Sus relatos estarían llenos de murmullos que se entretejen en medio de balcones y de escalinatas de madera, que crujen al paso de un fantasma.

Hablarían de ilustres caballeros de fina armadura que arrastran sus cadenas por las adoquinadas calles o de seres malévolos del más allá que, con el correr de los años, se convirtieron en unos habitantes más del centro histórico.

Tal como sucedió hace algunos años en una casona de la carrera Cuarta, donde alguna vez vivió el virrey Juan Sámano: “Era la casa del señor Camargo, un tipógrafo que dejó a su esposa a cambio de una amante. Allí permanecía un espíritu que le hacía daño al señor Camargo. Él se dedicaba a trabajos muy costosos y el fantasma, al que llamaba Irene, le destrozaba todo en la noche. Con el tiempo, Camargo se acostumbró a su compañía y muchos lo oían hablar aparentemente solo en las noches, pidiéndole a Irene que lo dejara trabajar en paz,” cuenta doña Nina Salcedo, una ama de casa apasionada de los fantasmas, gracias a las historias que narraban sus abuelos.

Acostumbrábamos bajar a la iglesia de San Francisco, a eso de las 4 de la mañana. Una vez pasamos por la casa del señor Camargo y oímos que destrozaban resmas de papel. Yo les dije “Oigan cómo Irene acaba con la tipografía.” Nos acercamos a la puerta, nos recorrió un gran escalofrío y vimos una luz que se reflejó en el andén. Nunca había sentido tanto temor. La verdad, pies me hicieron falta, y en una sola carrera llegué a la carrera Séptima”.

Algunos dicen que es un virrey, de pantalón corto, medias de seda, zapatos con hebilla de plata y peluca empolvada. Ronda por la fundación Alzate Avendaño. Se dice que es el Fantasma de la Casaca Verde o el mismo virrey Espeleta que se hace presente, y que a veces logra que los libros de la biblioteca se muevan.

Historias que ella también ha transmitido a las nuevas generaciones, como la de la noche en que se atrevió a convocar al fantasma de Irene: “En diciembre

Extraños movimientos y pasos que han sentido los vigilantes, como lo señala Paul Beltrán, quien re cuerda la madrugada cuando estaba leyendo, y desde el salón nuevo escuchó pasos que hicieron crujir la madera y caer arena sobre las hojas del libro. A veces se abrían las llaves de la pileta o se encendían las luces.

Unas cuadras abajo, por los lados de la calle del Palomar del Príncipe, se habla de unos fantasmas juguetones. Son un par de gemelos y hacen parte del inventario de la Corporación la Candelaria. Miguel Villamizar, arquitecto, comenta que se trata de unos niños que hacen una ronda a las 12 de la noche junto a la pila.

...”esto es solo para afirmar que la historia sobre la candelaria es toda la verdad además cuentan que es un lugar demasiadamente encantado pues es uno de los más viejos de Bogotá, pero no solo está esta leyenda si no que hay muchas más como por lo menos me sé una que me impacto mucho y es la de una jovencita que tenía 14 años era muy bonita de ojos negros penetrantes, cabello rojizo y de piel muy blanca; pero así fue, una vez se quedó sola con su padrastro en su casa y el abuso sexualmente de ella , pero para que no quedaran rastros decidió matarla y luego descuartizarla para así enterrarla debajo del tanque del agua.

Por esto se dice que se venga de todos los alcohólicos y los abusadores, pero no es solo un fantasma si no que es un demonio con el cual no se debe jugar pues si alguien se la atraviesa en el camino con solo verla queda supremamente loco"

QUE DICEN SUS TURISTAS.....

...Entonados por el resto de la jornada, volvemos a sumergirnos en la ciudad de piedra y ruidos superpuestos. Entramos al barrio histórico La Candelaria —que cobija la Plaza de Bolívar, el corazón de Bogotá— por la Calle de la Plenitud, un angosto pasaje que se descuelga del cerro. En realidad, nos colamos en un pintoresco cuadro de casas de adobe, piedra y madera intercaladas con arquitectura andaluza, moderna e inglesa. En este submundo de autos y peatones que se rozan, los turistas, los vecinos y los estudiantes de la Universidad de Lasalle suelen departir durante horas —café tinto o cerveza de por medio— en minúsculos bares. Los más apurados —que por aquí son la minoría— se vuelcan a los puestos callejeros que ofrecen obleas con arequipe.

Una imponente fortaleza de piedra resguarda la biblioteca Juan Arango. A pocos pasos, junto a la Casa de la Moneda, el Museo Botero exhibe 208 obras del artista paisa (de Medellín) y de otros 80 pintores y escultores.

Mas relatos...

...”!Hola, quiero hablar de la leyenda del Duende en el barrio La Candelaria de Bogotá, fue cuando en la época de la colonia una joven hija de buena familia quedó embarazada de un esclavo negro; y al nacer el niño fruto de esa unión, y ante lo que le podía representar a esta mujer el hecho de tener ese hijo,,, lo arrojó vivo en el pozo que abastecía de agua a la casona de este barrio. Ahora en esa casa se escucha el niño llorar... Además se escucha en todo el barrio a los soldados de la época de la lucha bipartidista (liberales vs. conservadores) marchando,, y hay quienes afirman que el hombre que asesinó a Jorge Eliecer Gaitán (Lider político de los 40's) sigue rondando el barrio.. Historias así hay por montón..”.

 Los fantasmas” —según Villamizar— “son imágenes que se originan a partir de creencias, visiones y temores de la gente. Estas casas infunden temor en las noches, por lo grandes y frías. Pero, básicamente, son un complemento para la atracción del turismo de la gente curiosa y de los habitantes del sector.”

Pero no sólo las personas mayores de la Candelaria hablan de fantasmas. Éste también es un tema de jóvenes. Como sucede con Leonardo Giraldo quien, a pesar de haber hecho todo lo posible, nunca ha logrado ver al fantasma que ronda por la calle del Embudo. “Dicen que todos los meses que tienen 31 días aparece un muchacho, con una sotana blanca, leyendo la Biblia y arrastrando unas cadenas.

Otros hablan del Caballero del Chorro de Quevedo, que sale con su armadura y sobre un caballo negro. Claro que esto lo ven más que todo los hippies que andan en su cuento,” afirma el joven con una sonrisa. * 


Nos contarían, por ejemplo, de la leyenda de La Mula Herrada, que describe Jorge Bayona Posada en su libro Los fantasmas de Bogotá y que narra que “en avanzadas horas de la noche se oía el galope de una cabalgadura que iba de la calle de Piedra (Calle 6ª, entre carreras 5ª y 6ª) a un sitio cercano a la iglesia de las Nieves. Las personas que, venciendo la pereza o el miedo, se asomaban tímidamente a la ventana, veían que se trataba de una mula sin jinete, que corría por el centro de la vía, arrancando chispas a las piedras del pavimento con el choque de sus  herraduras.

Una mañana, los vecinos de la ermita de Belén quedaron abismados al correr la noticia de haber sido encontrada muerta, en el fondo de un solar, una vieja mujer, muy conocida anteriormente en la ciudad por su oficio celestinesco, pero quien desde hacía largos meses había desaparecido. Lo raro del caso era que el cadáver tenía fuertemente claveteadas en las manos y en los pies unas gastadas herraduras que no fue posible arrancar. Desde ese entonces, el trote nocturno de la mula nunca más se volvió a escuchar…



El fantasma de la casaca verde

En la actual sede de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, calle de La Fatiga, calle 10 N3- 26, se cuenta la historia que cierto domingo, hacia finales del siglo XIX, don Ángel se quedó solo en la casa; en el reloj de la catedral daban las tres de la madrugada, cuando lo sorprendió un ruido de pasos: alguien subía las escaleras sin haber llamado a la puerta. Sorprendido, don Ángel subió al segundo piso y vio a un hombre cuya indumentaria consistía en una casaca verde sobre pantalón corto ajustado, medias de seda, zapatos con hebilla y peluca empolvada.

El individuo, después de asomarse al vestíbulo, se dirigió a la sala y sin cruzar palabra con don Ángel, que estaba petrificado del susto, golpeó tres veces una de las paredes, luego se devolvió por el camino que había traído. Intentando saber quién era, don Ángel llamó al desconocido sin obtener respuesta; este inmediatamente bajó las escaleras hasta el primer piso sin dejar rastro. Años después, cuando la casa era habitada por la familia Restrepo Canal, esta decidió empapelar de nuevo la sala de la casa, y cuál no sería su sorpresa cuando, al arrancar las tiras de papel, les cayó encima un pedazo de muro, dejando al descubierto un nicho ciego, forrado en chusque, muy amplio y desdichadamente vacío. Hermosa mujer momificada en el balcón En la parte exterior del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica es notable un hermoso balcón corrido, en el que se dice que durante varios años uno de los anteriores propietarios, viudo de una hermosa mujer, mantuvo el cadáver de su esposa, momificado y lujosamente vestido y alhajado, para que observara la calle con sus ojos muertos.


Calle de Careperro
Según la leyenda, el nombre de esta calle le vino de que en altas hora de la noche se veía transitar por allí al mismísimo demonio que, en forma de perro sin cabeza, infundía pavor a los vecinos. Lo divertido del caso está en que el sitio se denomina “careperro” y, precisamente por ir degollado, el bicho no tenía cara. La mula herrada Otro medroso ser que en las horas nocturnas circulaba por Santafé, aunque no legó su nombre a ninguna calle, era “La mujer herrada”. Jorge Bayona Posada, en su libro Los fantasmas de Santafé, relata:
En avanzadas horas de la noche se oía el galope de una cabalgadura que iba de las inmediaciones de la calle de Piedra Ancha (calle 6, entre carrera 5 y 6), a un sitio al parecer cercano a la iglesia de Las Nieves. Las personas que venciendo la pereza o el miedo se asomaban tímidamente a la ventana veían que se trataba de una mula sin jinete, que corría por el centro de la vía, arrancando chispas a las piedras del pavimento con el choque de sus herraduras. Una mañana, los vecinos de la ermita de Belén quedaron abismados al correr la noticia de haber sido encontrada muerta, dentro de una ramada abandonada que había en el fondo de un solar, una vieja mujer, muy conocida anteriormente en la ciudad por su oficio celestinesco, pero quien desde hacía largos meses había desaparecido. Lo raro del caso era que el cadáver tenía fuertemente claveteadas en las maños y en los pies unas gastadas herraduras que no fue posible arrancar. El trote de la mula nunca se volvió a escuchar.

El suicida con suerte

A partir del año 1820 empezaron aparecer en el castigado barrio de La Candelaria, los espantos, fantasmas o almas en pena. Correspondían a antiguos habitantes que habían muerto o a quienes les estaba vedado el descanso mientras no comunicaran el sitio en que resguardaron sus morrocotas de oro. Hubo casos comprobados. Manuel José Forero, en sus Leyendas históricas de Santafé y Bogotá, cita a una pobre hombre que habitaba una casucha de la calle 12, vivía tan desesperado, por la falta de dinero, que decidió ahorcarse. El peso de su cuerpo, suspendido del techo por medio de la fatídica cuerda, desprendió una parte de la techumbre  y se regó por el suelo una olla repleta de monedas. Desde luego, el hombre se salvó, ya convertido en millonario.

OTRO RELATO....

QUE DICEN SUS AHORA, HABITANTES.
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Hoy, otra vez me di cuenta, cómo es de hermoso vivir en La Candelaria.
Recuerdo que hace más de un año, estuve en mi casa familiar, en Gostyń, y allí me puse a hojear un álbum de fotos de los Andes que había recibido como regalo después de mi grado. Fue un flechazo. Me enamoré de las imágenes de Bogotá, desconocida por mí, en aquel momento.

Me acuerdo que mi atención llamó una foto muy especial, de una casa colonial firmada como “La Candelaria, Bogotá, Colombia”. Nunca pensé que unos meses después mi nueva casa tendrá su lugar precisamente aquí, en La Candelaria. Este barrio colonial, de mil colores y con casas bajitas se convirtió en mi mundo.
No fui la única encantada por La Candelaria. Este lugar como su sede también lo escogió Simón Bolívar, conocido como el Libertador americano. Aquí, vivían los grandes hombres de letras y los famosos artistas colombianos. Aquí, se establecieron las universidades más prestigiosas de Bogotá, los institutos y numerosos teatros. En este ambiente tan intelectual y artístico, cada edificio cuenta su historia, cada calle recita su propio poema.
La magia de La Candelaria la subrayan las potentes montañas que abrazan el barrio desde el este. Ellas son responsables del microclima característico para esta parte de la ciudad. La Candelaria está ubicada en la falda de la montaña, por esta razón, las mañanas y las noches son bastante frías, ventosas y envueltas en la neblina. Por las tardes, las fachadas de los edificios brillan en la luz de las puestas del sol y en los vidrios de las ventanas se reflejan las siluetas de las montañas de color verde oscuro y el cielo azul, claro y sin nubes.
Nunca me encantaban los paisajes montañosos, pero ahora, cuando cada mañana subo las persianas de bambú y por las ventanas de mi cocina miro a la Virgen de Guadalupe que me hace guiños y me saluda, sé que para mí, La Candelaria siempre será única y que después de varios años la voy a recordar con mucha nostalgia.

Un lugar feliz...
Viví mis mejores años infantiles en Bogotá. De ellos quedó en mi fantasía la imagen de un lugar feliz, de potreros con vacas y cercas que mi hermano y yo burlábamos para hacer volar cometas, del aire frío que nos pegaba en la cara cuando corríamos y que nos hacía sentir tan libres. Siempre quise regresar. Lo hice después de recibirme en la universidad, ansiosa por hacer coincidir mis recuerdos con la realidad. Pero aunque mis fantasías fueron reconstruidas con nuevas urbanizaciones, la ciudad se mostró generosa y alimentó de otra manera mi identidad. Largas caminatas me enseñaron historias, leyendas y tesoros que esos edificios, plazas, plazoletas e iglesias —intactos y hermosos— guardan de una Bogotá histórica, parte de la historia de mi país, de la mía.

Bajo el sol de Bogotá...

Una recorrida por la ciudad capital, la calidez de los vecinos y el buen café. El histórico barrio La Candelaria, los museos Botero y del Oro y la Catedral de Sal de Zipaquirá. Lugares imperdibles y otros datos útiles.


Puede que la lluvia y el frío se ensañen durante semanas con la región central de Colombia. Frecuentemente, se hermanan para recubrir cerros y valles con un manto de bruma y aire fresco. Pero no consiguen alterar lo esencial: Bogotá y los cachacos —sus habitantes— se empecinan en mantener su calidez a toda prueba. A los tonos grises que despide el cielo contraponen colores vivos. El rojo, el azul y el amarillo de la bandera nacional resaltan en sus vestimentas, van y vienen en los vehículos y reposan sobre los edificios de cualquier categoría, tamaño y época. Y de los rostros —maltratados por el clima destemplado— brotan sonrisas anchas con naturalidad.
También parece haberle resultado amable al conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada la recepción que le propinaron los pobladores originales en 1538, pese a que el adelantado español tenía razones atendibles para pasar de largo: los nativos muiscas sólo hablaban en chibcha y habían bautizado Bacatá ("tierra fuera de labranza") las estribaciones de los cerros Montserrate y Guadalupe, donde residían.

Sin embargo, la flamante Santa Fe de Bogotá que estableció Quesada ocupó siempre un lugar de privilegio desde sus 2.600 metros de altura. Primero se afianzó como capital del Nuevo Reino de Granada. Más tarde, con la llegada de numerosas órdenes religiosas fundadoras de conventos, colegios y universidades, moldeó su carácter de ciudad educadora. Hasta que el 20 de julio de 1810 fue escenario del grito de independencia, la bisagra que marcó el inicio de una nueva etapa.

De todas maneras, las guerras por la emancipación recién pasaron a ser historia en 1819, cuando el libertador Simón Bolívar fue nombrado primer presidente de la República. De a poco, los ánimos se serenaron y creció la actividad literaria. A tal punto, que a Bogotá le calzó mejor el mote de "Ciudad de los poetas".

La magia de La Candelaria la subrayan las potentes montañas que abrazan el barrio desde el este. Ellas son responsables del microclima característico para esta parte de la ciudad. La Candelaria está ubicada en la falda de la montaña, por esta razón, las mañanas y las noches son bastante frías, ventosas y envueltas en la neblina. Por las tardes, las fachadas de los edificios brillan en la luz de las puestas del sol y en los vidrios de las ventanas se reflejan las siluetas de las montañas de color verde oscuro y el cielo azul, claro y sin nubes.

Nunca me encantaban los paisajes montañosos, pero ahora, cuando cada mañana subo las persianas de bambú y por las ventanas de mi cocina miro a la Virgen de Guadalupe que me hace guiños y me saluda, sé que para mí, La Candelaria siempre será única y que después de varios años la voy a recordar con mucha nostalgia.





MUSEOS y sector institucional

Numerosos museos encierran entre sus muros reliquias del pasado. Entre todos sobresale el Museo del Oro, cuya colección de más de 36.000 piezas de orfebrería precolombina es única en su género en el mundo. Testimonios de la cultura indígena también se encuentran en el Museo Arqueológico, dotado de una valiosa muestra de cerámicas que se exhibe en una de las viejas casas coloniales más hermosas del sector, que perteneció al Marqués de San Jorge. Otra casona solariega de gran valor es la Quinta de Bolívar, de arquitectura típicamente española y hoy convertida en museo con objetos y documentos que pertenecieron al Libertador Simón Bolívar. Quien se interese por la historia colonial también hará bien en visitar los museos de Arte Colonial y de Arte Religioso. En este último se exhibe la custodia, con 1.486 esmeraldas incrustadas sobre oro. Y el Museo Nacional, originalmente construido como cárcel, ofrece a los visitantes, además del edificio en sí, muestras de interés antropológico, etnohistórico y artístico.
Otros museos de interés que resaltan distintos aspectos de la historia nacional y local son el Museo 20 de Julio o , el Museo de Artes y Tradiciones Populares, el Museo del Siglo XIX, el Museo de Arte Moderno, la Casa de la Modena, el Museo de Trajes Regionales y el Museo de Desarrollo Urbano, este último especializado en la historia de Bogotá.


El sector institucional del Centro Histórico, situado en la parte baja de la zona, se caracteriza por agrupar las edificaciones que son sede de los diferentes órganos del gobierno nacional y del Distrito Capital: la Presidencia y el Congreso de la República, la Corte Suprema de Justicia y la Alcaldía Mayor de Bogotá. El centro geográfico de estas edificaciones, a excepción del Palacio de Nariño o casa de los presidentes de Colombia, lo constituye la Plaza de Bolívar.

El sector agrupa edificaciones religiosas de gran interés como la Catedral Primada de Colombia y la Capilla del Sagrario situadas en la Plaza de Bolívar, la iglesia de la Concepción en la Calle 10 con Carrera 9 y la iglesia San Juan de Dios en la Calle 12 con Carrera 10. Se encuentran importantes museos como la Casa Museo del 20 de Julio en el costado nororiental de la plaza, también conocido como la Casa del Florero, y los museos del siglo XIX, Artes y Tradiciones Populares, Casa Museo Francisco José de Caldas e Iglesia Museo de Santa Clara, todos ellos ubicados sobre la Carrera 8 entre Calles 7 y 9.


El verdadero centro histórico es el barrio de La Candelaria, el más antiguo de la ciudad, donde conviven las iglesias con ricas ornamentaciones coloniales y las casas de grandes muros y portones que pertenecieron a virreyes y funcionarios de la Administración española. Muchas de ellas albergan actualmente museos o instituciones de corte cultural.


Al caminar por sus calles y plazoletas, anteriormente empedradas o enladrilladas, se puede observar la cuidada organización con que están dispuestas las casas donde habitaron los primeros santafereños. Así, obedeciendo a un sistema de jerarquías sociales y económicas, crecían o decrecían en categorías según se localizaran más o menos cerca de la plaza mayor.


La fusión de culturas resalta en las numerosas iglesias de la antigua Santa Fe. Contrastando con un criterio de austeridad en los exteriores, sus interiores están ricamente ornamentados y en ellos grandes artistas dejaron obras de inestimable valor artístico e histórico, en donde la huella del mestizaje se manifiesta en elementos de la flora y la fauna tropical y en las caras de rasgos criollos, presentes tanto en las pinturas como en las tallas.


RECUENTOS CURIOSOS

Casa de Bolívar. Calle del Coliseo N5-52. El doctor Eduardo Guzmán Esponda recordó en uno de sus libros varias anécdotas vividas allí por esos presidentes. En una se refiere a la inspección practicada por el general Tomás Cipriano de Mosquera en 1861, después de la retirada o fuga de las fuerzas conservadoras que ocupaban la capital, defensoras del gobierno de don Mariano Ospina. El imprevisible general ya conocía el palacio por haberlo habitado en su primer período presidencial (1845-1849). Su primer cuidado fue pasearse por las habitaciones, tomando nota de los cambios que se presentaban. Tenía ojo para descubrir lo que parecían nimiedades, y así se dio cuenta de que faltaba un cuadro de la Virgen de la Silla, que había dejado en el oratorio, terminada su administración primera. Ordenó buscarlo por todos los rincones, pero fue en vano. Entonces se lo ocurrió que practicaran una ronda en la casa de su antecesor, el derrocado presidente Ospina. Con el increíble resultado de descubrir allá “el bello cuadro de la Virgen”, que don Mariano habia hurtado. Y continua el doctor Guzmán: “En 1870, cuando Eustorgio Salgar entró a ejercer la primera magistratura, se encontró con que la casa de los presidentes carecía de alfombras. Las hizo llevar de su residencia particular y sirvieron durante todo su período, que era entonces de dos años”. Al finalizar, como uno de sus allegados quisiera retirarlas, se opuso Salgar diciendo:
“Con seguridad nadie las vio entrar a palacio, pero todo el mundo las verá salir. Esas alfombras se quedan aquí”.

Casa donde se celebró “El baile de las fieras”. La que fue una inmensa casona frontera a La Enseñanza, que se prolongaba casi por todo el costado norte de la calle de La Catedral, adquirida a fines del siglo XVIII por el arzobispo Baltasar Martínez Compañón, se convirtió en sede arzobispal mientras vivió el prelado. A su muerte, en 1790, este la legó al colegio fundado por doña Clemencia, que la alquiló en diciembre de 1810 al gobierno de la República para que allí se reuniera al primer Congreso Nacional. Las sesiones revistieron trascendencia histórica (tomaba parte Antonio Nariño, Crisanto Valenzuela y varios más). Pero las monjas de La Enseñanza no recibieron el canon pactado de arrendamiento. Tardaron muchos meses en conseguirlo. Como si la herencia del buen arzobispo hubiera sido fuente de calamidades, en el año conocido como “del terror” (1816), ya en Santafé el general Pablo Morillo, empeñado en devolver a la corona española las tierras que habían sido de su dominio, instaló en la mansión el Consejo de Guerra Permanente para juzgar a los comprometidos y dictar sentencias de muerte contra los principales caudillos de la Independencia. Para mayor afrenta de la sede que había oído las santas preces de Martínez Compañón y luego interrogatorios de los españoles para condenar a los patriotas, fue teatro de un terrible espectáculo: “El baile de las fieras”. 


El día 16 de octubre de 1816 los torturadores decidieron invitar a las madres, esposas, hijas y hermanas de los que iban a convertirse en mártires y se encontraban presos en los claustros del Colegio del Rosario —a cuatro cuadras de este lugar, y en otros sitios—, nada menos que a una fiesta, un baile. Las llorosas señoras, vestidas con trajes de gala, tuvieron que danzar con los responsables del cruel destino de los suyos, en el espectáculo que bien mereció el apodo citado.

• Chichería El Ventorrillo. Calle de San Miguel del Príncipe.  Casona de viejos muros, cuya vetustez y fortaleza inspiran instintivo respeto. Posiblemente es contemporánea de las levantadas por los propios conquistadores en inmediaciones de la Catedral. La solidez dentro de la tosquedad no la priva de la gracia de su cubierta en escuadra, trazada sin atender a dimensiones geométricas, pero con visible deseo de dotar de airoso copete a lo que de lo contrario se vería demasiado pobre. Desde el siglo XIX, según una placa colocada a la entrada, funcionó aquí El Ventorrillo, una de las chicherías más afamadas por vender el licor que un escritor de la escuela costumbrista, Rafael Eliseo Santander, denominaba eufemísticamente: “la que Dios crió tan amarilla y sabrosa”.


Han sido dos los criterios con respecto a la discutida bebida: uno, el de quienes la consideran nociva en extremo, por lo que luchan a fin de suprimirla, y otro, el de los que, sin hacer caso, continúan consumiéndola. El gobernante que la vetó oficialmente por primera vez fue Dionisio Pérez Manríquez de Lara, presidente de la Real Audiencia, en 1658. En un recuento de Pedro María Ibáñez, publicado en el Papel Periódico Ilustrado, se citan las razones del funcionario, entre ellas las de ser la chicha causa de “fiebres malignas de que se ocasionan dolores de costado, tabardillos y otros contagios”. Eso se debía según el mandatario a que la preparaban con ingredientes “aún venenosos”. Los que la frecuentaban cometían “muchos y graves pecados contra la majestad de Dios, así de deshonestidades como de muertes y alevosías y otros excesos”.

Para desarraigar el mal, Pérez Manrique mandaba bajo penas de multa hasta de 200 pesos y de azotes a los negros, indios y mestizos, no fabricar, ni vender, ni tomar chicha, y que se destruyeran “todos los trastos y utensilios para hacer tan perniciosa bebida”.
El reseñador Ibáñez, quizá identificado con el costumbrista Rafael Eliseo Santander en el aprecio por el zumo fermentado del maíz —lo cual no tendría nada de raro, pues es sabido que, desde que lo probaron los conquistadores, lo preferían inclusive al vino español—, hablaba despectivamente de la medida del presidente de la Real Audiencia, y calificaba el brebaje de “bebida rival del pulque y de la cerveza”. Para don Pedro María hubiera sido preferible que el presidente de la Audiencia reglamentara la fabricación de la chicha, prohibiendo que se le agregaran sustancias extrañas como ají, huesos humanos, cal, etc., pues prohibirla fue como prohibir el pan.
Parece que en ese entonces los afectados se hicieron los de de la vista gorda. El poder civil no volvió a mencionar la cuestión, pero el religioso, secundado en Santafé por el arzobispo Fray Ignacio de Urbina, quien se posesionó en 1690, castigó con excomunión al que vendiera el “vino amarillo”. “No estimó que esto era tentar a los indios más allá de sus fuerzas, porque primero beberían excomunión que agua”.
Don Lucas Mendigaña, extraño en el comer. Su almuerzo ordinario era medio cordero, cuatro tortas, dos docenas de huevos, un jarro de chocolate, media libra de mantequilla, una cazuela de sopa con carne frita, y por postre guiso de pollo. Según el almuerzo, se puede figurar cuál sería la comida y la cena, pero en todo era con igual abundancia.
Habitantes de la Conquista. En la época de la Conquista y comienzos de la Colonia era mayor el número de habitantes negros que blancos, ya que cada español conquistador que se asentaba en Santafé tenía de diez a doce personas en calidad de esclavos.
Instituto Colombiano de Cultura Hispánica. El mayor encanto de la casa de Cultura Hispánica consiste en un árbol de naranjo que desde tiempo inmemorial saluda al visitante en el jardín del primer patio, con sus frutos en cosecha permanente en cualquier estación del año, de modo que sus ramas muestran a la vez azahares, naranjas verdes y naranjas maduras, lo que asombra a los visitantes extranjeros. Parece que no se trata de un ejemplar único, sino que el fenómeno se repetía en los huertos y jardines santafereños, quizá a consecuencia de condiciones climáticas especiales.
La negra hechicera. A Juana García la llamaban la hechicera, practicaba la quiromancia, resolvía muchas oportunidad, la visitó una dama española de la sociedad para que le practicara un aborto y le leyera las cartas para saber la suerte que estaba corriendo su esposo en un supuesto viaje que estaba realizando a España. La hechicera después de leerle la suerte le respondió:
“Señora, no se practique el aborto, ya que su esposo no esta en España, sino en las Antillas con otras mujeres, así que tenga su hijo, y como va a nacer mulato, cuando su esposo regrese le dice que usted lo adoptó de una de sus esclavas”.

Primer conquistador negro. Pedro García de Lerma, de herencia Moro, en España convenció a la corona para ser conquistador (no confundir con el otro conquistador Pedro García, el cual ya había fallecido). Murió cuando estaba declarando en una probanza contra un ciudadano residente en Santafé.


La Candelaria en peligro, ALGUNAS QUEJAS y comentarios DE SUS HABITANTES

 En los últimos años los vecinos de la Candelaria asisten impotentes a un sistemático proceso de destrucción de su barrio, uno de los más antiguos de Bogotá. Las personas que deambulan por allí y disfrutan de sus calles, imaginan que todo lo que ven es arquitectura colonial. Nada más lejano de la realidad. En la Candelaria son pocas las casas o edificios auténticamente coloniales. Un alto porcentaje de la arquitectura es del s. XIX o de diversos estilos de la primera mitad del siglo XX. Pero una parte de lo que la gente admira como antiguo, es un estilo pintoresco, seudo colonial, impulsado durante años de manera nefasta por la corporación La Candelaria. Dicha entidad promueve una arquitectura de fachada, una escenografía de telenovela, simpática por fuera, pero que falta a la historia del barrio y engaña a los incautos turistas.La parroquia de la Catedral. El nombre del barrio la Candelaria no existió durante la Colonia ni durante el siglo XIX. Lo que hoy conocemos por tal nombre era en aquel entonces la parroquia de la Catedral, conformada por 4 cuarteles o barrios, El Príncipe, La Catedral, Palacio y San Jorge. “La Catedral era sin duda el barrio mas importante y exclusivo de la urbe, puesto que en el se concentraban las sedes de las autoridades políticas y eclesiásticas, la mayoría de los templos de la ciudad y las viviendas de las gentes principales. Era también el sector mejor abastecido de agua y el que contaba con casi la totalidad de los establecimientos comerciales y de las casas de dos pisos de la ciudad”. (Gutiérrez Cely, Historia de Bogotá, Siglo XIX, Villegas Editores, 1988). Estos barrios se extendían desde el actual eje ambiental de la Jiménez y la calle séptima por un lado, y las carrera segunda y trece, por el otro. Casi todos ellos conforman hoy a la Candelaria.


Pintoresquismo seudo colonial



En los últimos años decenas de casas que no tenían un origen ni colonial ni republicano, construidas en el siglo XX, han sido transformadas en fachadas seudo coloniales, que desvirtúan el patrimonio del barrio. Se simula así un pasado que no existió. Muchas de las construcciones coloniales dieron paso a múltiples modificaciones que le imprimieron a la zona el sello de varios siglos. En los años 50,60 y 70, después de la salida de la clase alta, ese fue un barrio relativamente popular y las construcciones reflejaron ese cambio social.  No podemos pues regresar la arquitectura de la Candelaria a un estilo uniforme, antihistórico. Lo grave es que al mismo tiempo que ha impulsado esa falsificación del pasado, la corporación permite la construcción de una serie de adefesios, el mayor promotor de los cuales ha sido el Banco de la Republica. Cualquier propietario que goza de poder, obtiene la aprobación de obras que no dialogan ni con el pasado ni el presente de esas históricas calles.
¿Por qué tanta indolencia hacia nuestro patrimonio?






bibliografia

es.wikipedia.org/wiki/Santa_Fe_(Bogotá) - 29k –
bogota.wiki.org.localidad
historicos.el espectador.com
www.segobdis.gov.co

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